domingo, 10 de agosto de 2008

Crónica de una esquizofrenia

Los Gómez a simple vista eran normales, pero había algo que no encajaba. Yo estuve decidido a ir más allá y averiguar si las respuestas que la mayoría de crédulos aceptó, fueron verídicas o no. Soy Robert Engels y trabajo como detective para la agencia de investigación KLP. En ocasiones, cuando mi jornada no logra absorberme por completo y mi agenda no está saturada me aventuro en la búsqueda de historias, en especial las extrañas. Recuerdo el "caso Dalila" nombre que acuñé refiriéndome a aquella dama, que por cierto, era muy seductora y atractiva, que lograba persuadir muy fácilmente, en especial, a hombres cándidos y ricachones que caían rendidos por sus encantos asesinos, para al final arremeter con su aguijón venenoso, misma viuda negra, su fatal cometido. Las busco como si fuesen mi narcótico favorito. Estas han llegado a absorberme tanto que he descuidado mi aspecto, y colegas talvez preocupados o enfrascados por la envidia de mi éxito, me exhortan a que me deshaga de mi gabán y mi sombrero de copa baja, artículos que no me son indispensables pero que me dan ese aire a misterio que me encanta, aunque ellos vean todo lo contrario.

Llovía y andaba solitario por la 13 Duba'h en busca de alguna buena historia que contar, ya que esa desolada calle siempre fue mi cuna de inspiración. Allí entre la pesadumbre y el deseo de hallar un caso, conocí a Margarita, instante que aun recuerdo como si fuese ayer. Esa noche llovió mucho, las calles estaban repletas de riachuelos causados por la lluvia. Yo fumaba para calmar en algo el terrible frió. Caminaba en dirección al parque central cuando vislumbré a los lejos una mujer que llevababa un niño desnudo en los brazos, que de seguro lloraba por frió. Me pareció que estaba desnuda pero vestía tan solo un pijama blanco, empapado por la lluvia. Pobre loca dije para mis adentros. Conforme me aproximaba, note que era hermosa pero algo había en ella que demostraba angustia. Metros antes de traspasarla, me clavó con sus profundos ojos negros que congelaron mis huesos hasta la medula, y que además miraban perdidos hacia algún territorio recóndito fuera del entendimiento humano. Entonces algo, no se que, me dijo ayúdala. La cubrí con mi gabán, la tome de los brazos y la lleve a mi viejo departamento en la calle Onie'l. Tiempo más tarde, me di cuenta que había encontrado un gran historia. .... (continuará)